Por Fernando Garcés-Soto
Todos los años alrededor de estas fechas, nosotros los llamados “Cristianos” nos reunimos en concilio y practicamos rituales contrarios al bienestar de los que comparten con nosotros este bello planeta. Nos embarcamos en horrendas liturgias clorofílicas
y eventos gastronómicos asesinos, algunos en nombre del Niño Dios recién nacido el 24 de diciembre, y otros en nombre de un 31 de diciembre o Año Viejo que se nos escapa y un Año Nuevo que esperamos nos traiga mucha prosperidad.
Legítimos deseos positivos, todos expresados con la mayor tranquilidad siempre motivada por el afán mercenario de unos dólares más de ganancia, como es el caso de la tala criminal e innecesaria de millones de pinos jóvenes para convertirlos en “Árboles de Navidad” y poder colgarles toda clase de luces, nieve artificial, esferas de colores y otros objetos que ofrecen un decorado atractivo, una costumbre navideña de vestimenta arbórea muy pasajera y llena de desperdicio, pues pocos días después (¿15?) los desmantelamos y con el mayor de los desparpajos disponemos de ellos tirándolos a la basura, ésto, si el moribundo y deshidratado arbolito en un inesperado acto de venganza no se ha tornado en una explosiva antorcha incendiaria, convirtiendo en cenizas el hogar con todos sus enseres, pertenencias y memorabilia acumulada.
Y pocos días después, el 31 de diciembre, ejecutamos el literal holocausto de millones de inteligentes e incautos jóvenes cerditos que se convierten en deliciosos lechoncitos pasados por el fuego, que aunque crocantes al malacostumbrado paladar latino no deja de ser un ritual barbárico en nombre de una “buena mesa”.
Pocos son los comensales de estas “fiestas” navideñas que están conscientes que sus deliciosos chicharrones un par de semanas atrás eran los seres vivientes más tiernos e inteligentes de nuestras granjas, mucho más cerebrales que nuestros amados caballos, perros, periquitos o gatos, porcinitos que en vida cuentan con una gran capacidad para desarrollar habilidades asombrosas, y como mascotas ofrecer un afecto que va más allá de lo incondicional. Animalitos que merecen mejor trato y ninguna explotación, y fiestas decembrinas que pueden celebrarse más saludables, diseñándolas más “verdes” en todo el sentido de la palabra, con frutas, pasteles de toda clase, jugos, vegetales, almendras y demás.
Y en cuanto a la tala anual de millones de pinos jóvenes para vestirlos de luces por 15 días y luego sin ningún remordimiento botarlos a la basura, la industria de artículos decembrinos en la actualidad ofrece atractivos “árboles” artificiales colapsables y muy reusables, durables y de calidad resistente que no justifica la masacre anual de estos hermosos seres vivientes. Es recomendable consultar libros como “La Vida Secreta de las Plantas” (The Secret Life of Plants) y otros tomos que nos ayudan a desarrollar una mayor empatía con el universo que nos rodea, ofrece vida y nos cobija.
Quo vadis? NPI
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Fernando Garcés-Soto is a freelance writer based in Miami Beach, Florida, USA.
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