Cuando hace más de una década impartía la novedosa cátedra de Ética Profesional en la universidad y forzosamente me enfocaba en las relaciones con la naturaleza para ilustrar las corrientes del pensamiento ético, no podía imaginarme que en otras latitudes se estaba gestando una historia que precedía a la incipiente noción de inculcar en los futuros profesionales los valores que en su disciplina el colectivo reconoce como sociales.
Entonces hablábamos de organismos genéticamente modificados. Discusión que permanece vigente en cuanto al impacto de los transgénicos en la salud y el ambiente. Ahora hablamos de ¡seres humanos modificados! y presumo que lo álgido e inverosímil del tema ha silenciado la opinión pública porque todos deberíamos estar hablando de esto.
Increíble, pero cierto. Los bebés genéticamente modificados de los que se tienen noticias están en su adolescencia. Evidentemente no tengo la experticia para pronunciarme en la materia médica, pero me hago las mismas preguntas que con la información hoy disponible, nos podemos hacer desde mi disciplina y desde cualquier otra.
¿Que fue lo que paso?¿cómo funciona el mundo?-no lo sé. Voy a dejar mi apreciación de “Deshonrosa Hazaña de la Ciencia” como mi muy personal e inevitable opinión, porque escribo sobre el tema en un intento por documentar la historia y las implicaciones que se desprenden de ésta en ámbitos más allá de lo ético y moral.
Hechos: en el año 2001, nacen 15 niños como resultado de un programa experimental del Institute for Reproductive Medicine and Science de St Barnabas en New Jersey.
Hechos: en este programa se insertaron genes extras de mujeres donantes en el cigoto de mujeres que tenían problemas para concebir antes de someterlas a la fertilización.
Resultados: “Bebés sanos”; del grupo que resultó de este experimento, una prueba genética en dos de los niños de un año de edad reveló que heredaron el ADN de tres adultos. Dos mujeres y un hombre.
Estos jóvenes podrán transferir estos genes extras a sus hijos y por supuesto, nadie tiene certeza de las consecuencias de tener la carga genética de tres padres en estos individuos, menos aún en su descendencia.
Pero si todavía desconocemos una variedad de posibles consecuencias de la modificación genética de plantas y animales. Pero si las someramente conocidas consecuencias de la ingeniería genética para producir alimentos perturban; desde desarrollo de súpermalezas y superpestes hasta la creación de organismos nunca antes vistos vinculados con la pérdida y la infertilidad. ¿Cómo permitimos que esto este sucediéndole a nuestra especie?
Recientemente viví el caso de una mujer normal que se embarazo en forma natural y dependía de la orientación de un genetista para conocer la condición anómala de su gesta. Les confieso que es desgarrante la angustia que genera esta situación al individuo y a su entorno.
Tal y como van las cosas nuestros hijos antes de emparentarse tendrán que decir: -¡Quiero ver tu ADN!, y los más prácticos o enamorados dirán que NO quieren saberlo. Pero las víctimas de esta deshonrosa hazaña de la ciencia se podrán amparar en sus “derechos humanos”, probablemente muchos ni se enteren que lo son. Donarán óvulos, esperma, órganos y demás, a quienes irremediablemente se convertirán también en víctimas.
Razón tenía un amigo que 20 años atrás me decía que el ser humano sería la primera especie en extinguirse con sus propias manos. Pero, ¿cuánto sufrimiento experimentaremos primero?