Home ESTILOS-INFORMA"De Par En Par" Gracias a DIOS QUE ES… ¡LUNES!

Gracias a DIOS QUE ES… ¡LUNES!

by Indira Paez

 Yo tenía exactamente diez años cuando estrenaron la película “Gracias a Dios que hoy es Viernes”. Era una comedia de segunda, pero dos cosas me impactaron: Donna Summer (but of course) …y que todo el mundo se moría por entrar en una discoteca equis. Pasaba tanto trabajo esa gente para colearse los viernes en aquella sudorosa amalgama de colores psicodélicos y vapores alterados… que yo por supuesto después entendí por qué el sábado anochecían con fiebre (Travolta dixit).

Mis hermanos, que tendrían para entonces entre 16 y 19 años, obviamente no paraban en la casa los viernes. Desde el lunes, estaban planificando qué harían al final de la semana. Crecí, pues, obviamente, idealizando la noche de los viernes.

Cuando por fin tuve edad para salir (o sea, catorce años y una cédula falsa), era tremenda “nerd” (que en esa época de catorceañosycédulafalsa se decía “galla”). Yo estaba en segundo año de bachillerato y no era precisamente popular en mi colegio muysifrino y de niñas socialité. Yo, con mi afro, mi miopía, mis culosdebotella y mis ganas de hablar del Lobo Estepario, nunca fui invitada a ninguna miniteca, ni quinceaños, ni escapada grupal hacia los antros de la noche caraqueña. Es más, la primera vez en mi vida que bailé pegao, fue en una fiestecita del condominio que organizó mi mamá. Patético, lo sé.

Le fui agarrando como “tirria” a los viernes. Me ponía nerviosa cuando las niñas muysifrinas en los recreos empezaba a hablar muérete de qué iban a hacer el viernes en la noche muérete que hay una guerra de minitecas buenísima o sea con Sandy Lane (Lane, lane, lane, lane…) y Betelgeuse y nos vamos a reunir todas en casa de fulanita y sí, sí, súper propio, o sea, muérete me privo…

Yo, en defensa propia, terminé por odiar los viernes.

Pero resultó que me gradué, entré a la Escuela de Artes de la Central, y por alguna extraña razón del destino (o porque papá Dios me lo debía), allí fui popularísima. Y salía, no digo yo los viernes, sino desde el miércoles, y hablaba del Lobo Estepario y a la gente le parecía súper cool ¡aquello era un milagro!… y claro, el descubrimiento de los lentes de contacto. Así fue que pasé de “nerd” a “rumbera” en cuatro años.

Tuve la suerte de tener amigos, novios, maridos rumberos.  Los últimos veinte años de mi vida transcurrieron entre fiesta y fiesta, lo cual obviamente me hizo amar los viernes con la misma pasión con la que alguna vez los odié.

Y entonces… ta ta ta taaaaaaaaaaan: me mudé a Miami. Adiós mamá-que-me-cuida-los-niños-para-que-yo-salga. Adiós mi-nana-de-toda-la-vida. Adiós señora-de-servicio-que-duerme-en-mi-casa.  Hola hágalo-usted-mismo-world. Hola nannies-de-20-dólares-la-hora. Hola país-del-primer-mundo-en-el-que-la-gente-no-maneja-si-se-tomó-más-de-dos-cervezas… Y se me acabaron los viernes. Así de sencillo.

El viernes pasado, mi hija se fue de rumba. Ahora le toca a ella, pensé. Me sentí como El Padrino, pasando el negocio familiar a Michael Corleone. Yo me quedé en la casa con Nicolás (que tiene cinco), los dos gatos, una pizza y tres cervezas. Esperando la llamada de Oriana para que la fuera a buscar. Patético, lo sé (déjà vu). A la una de la mañana, en bata, pantuflas y cargando con Nico dormido en el asiento de atrás del carro, me vi en el espejo retrovisor y me dije… coño, cómo NO ha cambiado este cuento.

 (publicado originalmente en la revista “SEXO SENTIDO”, Caracas-Venezuela, 2011)

Más sobre una cuarentona en cuarentena, en Twitter @IndiraPaezD

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